... cuando trasnocho los ojos se me vuelven dos ranuras de alcancía
por los que entran no las tristemente esperanzadas monedas del ahorro quimérico
sino las monedas de fuego de un incendio futuro en donde ya nada tiene sentido.

Amuleto, Roberto Bolaño





martes, 9 de noviembre de 2010

Palomas en tus sueños

(Una habitación. Un hombre y una mujer, bastante jóvenes.)

- Será mejor que lo dejemos por hoy.
- ¿Cómo...? ¿Pero qué dices? No te entiendo, Paloma, cuando te dije que
- Te he dicho que no me apetece escuchar nada. Nada más, ¿comprendes?, nada. Estoy harta. No quiero más palabras
- Paloma, todo esto es absurdo, no puedes
- vacías, más palabras huecas, más palabras que no significan nada, nada.
- ser tan drástica con las cosas, no puedes
- Por favor, ¿puedes irte ya? Estoy agotada, me apetece estar sola.
- Joder, Paloma, ¿podrías ser razonable por una vez? ¿podrías entender
- ¿‘Razonable’? ¡Razonable! He sido demasiado razonable, de hecho he sido tan razonable que me siento estúpida, estúpida por haberte creído siempre, siempre intentando dotar de un sentido razonable todas las cosas que me has hecho. Desde el principio, ya lo sabía, lo sabía todo, pero intenté, como tu dices, ser ‘razonable’. No me hagas reír. ‘Razonable’... Estoy agotada. ¿Puedes irte, ya?
(Silencio.)
- ¡¿Cómo coño te lo tengo que decir?! ¡¿Qué es lo que no comprendes de las palabras
- Nunca pensé que llegaríamos a esto, Paloma. Nunca.
- irte, ya?!
- Yo sabía donde me metía; pensé que lo sabía, pero también pensaba que éramos muy fuertes, que podíamos luchar contra todo esto sin que derrumbara todo lo que
- (carcajadas huecas, frías). Claro, claro, sí, ¡lo tuyo es un auténtico sacrificio, casi roza la épica caballeresca!; te metiste en un callejón sin salida, por mí, sólo por mí, ‘por amor’, que lo vence todo siempre, seguro que esto te lo enseñó ella; ella siempre hablaba de eso cuando
- No empieces, Paloma. No empieces con ‘ella’.
(Silencio.)
- No llores, por favor. No llores. Paloma... Palomita... Ven aquí.
(Silencio.)
(Más silencio.)
- Cómo llegamos a esto, dime, no lo comprendo... No entiendo nada. Nada.
- Debe haber sido otro ataque. Pero tienes que confiar en mí, Paloma. Te amo, te necesito, eres mi única razón para seguir viviendo.
- Ya lo sé. Creó que me echaré un rato, estoy tan cansada...
- Claro, podemos tumbarnos unas horitas, así descansas para la cena de tu
- Te he dicho que no volvieras a hablar de ella.
- Pero, ¡por Dios!, Paloma, ¡No empieces de nuevo!
- Sé que la preferías a ella. Lo sé. Se lo dije a ella, pero me dijo... como tú, me dijo lo mismo... ‘Paloma, no empieces de nuevo’... Pero yo lo sabía. Y cuando os vi aquella noche después de la función, no tuve la menor duda. Engañada por
- Paloma. Sabes perfectamente que todo esto no es
- mi hermana y mi marido, de verdad que es humillante, terrible; es
- cierto; fue otro ataque, ¡y lo sabes, joder! Tú misma me lo dijiste, cuando hablamos de todo aquello, me lo dijiste, ‘lo siento, perdóname, a veces me ocurre que
- terrible y humillante y sobretodo es tan, tan angustiante pensar que todo, que todos los valores, todos los sueños, todas las ilusiones son
- tengo esos ataques, pero es inconsciente, perdóname’...
- puras ilusiones, esto es; ¿cómo algo tan físicamente real puede ser tan sumamente ficticio? ¿Cómo puede ser que las cosas que más
- Yo todavía no sabía nada de esos ‘ataques’. Tú no querías contarme nada, y
- amamos, lo que más nos sustenta, lo que más nos alimenta, cómo pueden ser tan vulnerables y cambiantes, cómo pueden ser tan subjetivas, tan aparentes, cómo puede todo depender tanto, tanto, de nuestra simple mirada sobre ello y de repente
- entonces se lo pregunté a tu hermana, y fue cuando ella me contó todo lo que pasó, me contó todo sobre tu padre, y sobre cómo te
- se esfuman, desaparecen sin más; y cuando más las miras, intentando reconocerlas, intentando que todo vuelva a ser como antes, como si nada hubiera pasado; cuando más las miras todo se vuelve extraño, ajeno, hostil, ya no es lo que era, ya nada volverá a ser igual, porque nunca nada ha sido nada, nunca más volverá a ser igual, nunca más, nunca más, nunca
- ¡Paloma, cariño, mírame! ¡Mírame, por favor! ¡Paloma!




La habitación está sumida en una calma aplastante, impenetrable. Se levanta débilmente, apoyando la mano en la mesilla. La radio está encendida. De fondo, unas voces extrañas discuten acerca de un autor, de un músico, de una obra. O de nada. Se observa en el espejo, detenidamente, reteniendo en sus pupilas cada centímetro de su rostro. Sí, probablemente murió voluntariamente, es decir, se suicidó, pero la cuestión es que con manos temblorosas, acaricia sus mejillas; suavemente, como si no quisiera turbarlas, ruborizarlas, mancillarlas; sólo las acaricia, pasa sus yemas por la piel con delicadeza, intentando limpiar las huellas que dejaron sus lágrimas, unas lágrimas de una enorme crisis existencial, en definitiva; hacía ya tiempo que no aparecía en la escena pública, ni siquiera cuando murió su padre, mientras todos nos preguntábamos dónde estaría, sencillamente se refugiaba de todo el dolor que sentía dentro, oprimiendo todos sus órganos; un dolor que ella sabía, ella sentía desgarrando todos sus órganos poco a poco con una violencia ascética, calculada, imparable como el tintineo de las velas que nunca se apagan, esas velas largas de las iglesias que desprenden tristeza y fatalidad; esas velas que existen sólo para recordar la muerte y a los que se han ido con ella. Lo más sorprendente es que nadie se lo imaginaba, ¿no creen?, es decir, todos sabíamos que sus circunstancias personales eran muy desfavorables, pero nadie podía imaginar que terminaría así.

Por la ventana, el día se termina en cuestión de segundos. Ahora, ella está asomada con la nariz aplastada contra el cristal, como una niña que observa el paisaje trepidante del mundo desde las ventanillas de un tren, o como una niña castigada o recluida o cautiva que sueña que respira el aire más allá de las ventanas que la encierran. El día parece desvanecerse, como si nunca hubiera existido nada más que esta oscuridad que ahora empieza a ocultar las pequeñas casitas de la orilla, los árboles de las callejuelas y las barcas del muelle, que se balancean como presagiando una noche fría y queriendo abrigarse unas a otras, protegerse de ella, aún sabiendo que es imposible. Ella siente frío, pero sigue pegada a la ventana, viendo como la oscuridad engulle cada pared, cada hoja, cada mástil; aterrorizada por un mar negro e infinito, un mar que reclama esas casas y esas barcas y esa orilla de arenas antes blancas y brillantes, ahora sucias y espectrales. Bueno, queridos; después de todo este largo recorrido por su vida, podríamos terminar con una canción muy, muy representativa de su obra. Una canción que interpretó cuando todavía subía a los escenarios, aunque sólo lo hizo una vez, justo antes del trágico accidente del que hablábamos. Sin más preludios, les dejamos con ‘Palomas en tus sueños’. Que tengan una estupenda velada. Buenas noches. Desde la lejanía del tiempo, unos acordes de guitarra española rompen el silencio, después de una breve pausa del presentador. Paloma abre las ventanas, y el frío de la noche la golpea violentamente en el rostro y en el pecho desnudo. Se tambalea aturdida, parece indecisa. Como alentada por la voz del cantaor, salta de golpe por la ventana, sin que se perciba apenas un grito asustado o angustiado o aliviado. Las faldas del camisón abierto parecen aletear con desesperación, pero ella las encierra entre sus brazos, decidida por fin. Los aplausos de un concierto ya pasado de un artista ya muerto resuenan en la habitación vacía. Al fondo, el mar ruge con furia. Se avecina una tormenta terrible.