Hoy en la librería, he estado leyendo a Beckett. Me encontré con un libro editado en los setenta que se titula Quiebros y poemas. Me lo vendió un ciego, junto a un librito de salmos, un poemario de varios autores argentinos y tres manuales de ajedrez. Son algo así como esbozos, versos aforísticos, relámpagos de lucidez. Hay uno que me ha gustado especialmente:
écoute-les
s’ajouter
les mots
aux mots
sans mot
les pas
aux pas
un à
un
Me imagino las palabras como hojas secas que crujen al pisarlas. Camino por el bosque y las hojas caen, las palabras están mezcladas unas con otras, el lugar dónde caen no tiene ningún sentido, es una caída azarosa pero inevitable, caen así sin más, unas sobre otras. Se despliegan a mis pies múltiples figuras y palabras que yo piso sin verlas, y a medida que las piso, el viento me susurra al oído algunas de ellas, y ellas crujen y su eco llena el bosque de versos imaginados, de relatos posibles, de obras enteras aún por escribir que nunca serán escritas, pues a medida que avanzo se quedan atrás, y yo avanzo sin cesar pisando las hojas secas que crujen dolientes, suaves, desechas.
Me gustaría poder dibujar en el aire alguna de estas formas tan bellas, pero no puedo detenerme y sigo avanzando. Entonces me doy cuenta de que nada tiene sentido, de que mi movimiento no tiene objetivo ni voluntad. Sigo caminando y pisando hojas y palabras empujada por ellas, ellas son las que deciden el azar donde mi pie caerá, pesado como la noche oscura que no me deja ver nada. Sólo puedo caminar y escuchar el silencio lleno de ecos y crujidos. Y me doy cuenta de que así es la literatura, de que así es escribir. Nunca podremos verlas, nunca podremos detenernos y contemplarlas, sólo ir pisando a ciegas la tierra desnuda y desear con todas las fuerzas del mundo que ésta vez, sólo ésta vez, el pie acierte.