... cuando trasnocho los ojos se me vuelven dos ranuras de alcancía
por los que entran no las tristemente esperanzadas monedas del ahorro quimérico
sino las monedas de fuego de un incendio futuro en donde ya nada tiene sentido.

Amuleto, Roberto Bolaño





martes, 13 de abril de 2010

Las palabras de Lú




Como cada miércoles, cierra los ojos con automatismo. Sin ganas. Escucha a lo lejos unas voces infantiles que se alejan con las prisas de los juegos que no quieren terminarse. A ella también le gustaría alejarse de allí, pero sin prisas, puede que saltando a pata coja la rayuela del patio de baldosas húmedas; entonces, cuando llegara a la esquina, cuando ya estuviera fuera por fin, correría con todas sus fuerzas, con todas las ganas del mundo y más. Pero no puede, y lo sabe.
Me llamo Lupe, pero todos me llaman Lú. Puedes llamarme así si quieres. Asiente con la cabeza, con automatismo. Sin ganas. Lupe tiene una voz dulce, una voz de vejez conciliada y de habitaciones con zapatillas todavía calientes en la alfombra, y de lobos feroces y caballeros audaces y valientes sobrevolando cabecitas con ojos muy abiertos; una voz de vejez y al mismo tiempo tan tierna que parece de vida recién empezada, de sueños por construir, de futuros inmaculados, todavía sin manchas de desengaño.
Lupe empieza a contar la historia, y la niña ya no tan niña escucha, al principio con automatismo, como todos los miércoles, como cuando venia Delfina a contarle aquellas historias tan aburridas, aquellas historias que le daban ganas de llorar y de gritar y de irse corriendo pisando con prisa y sin darse cuenta la rayuela para huir de allí – a pesar de que sabía que no podía.

Pero hoy es distinto. Más confusa que sorprendida, escucha como las palabras empiezan a deshacerse y a fundirse misteriosamente a su alrededor con un susurro crujiente de hojas secas; de repente las palabras están derramándose a su alrededor con la fuerza de esas tormentas feroces y alegres, esas tormentas que nunca ha visto pero que ha escuchado más sorprendida que asustada al otro lado del cristal; de repente las palabras le acarician el pelo con manos húmedas y frescas, luego las orejas y luego los labios, empapando su piel; y de repente ella sabe con certeza que están empezando a inundar la sala, colándose primero por las grietas del techo y luego por las ventanas y las puertas, como animales salvajes que acuden a la llamada proferida por los labios de aquella mujer y de su historia, y la niña siente que el suelo empieza a llenarse de palabras líquidas que le hacen cosquillas, palabras que se retuercen resbaladizas y saltonas, como peces que buscan con la insistencia del instinto la corriente indicada para volver a algún lugar.

Y mientras Lupe sigue contándole la historia, ella empieza a sonreír con los ojos todavía cerrados y deja que las palabras y sus caricias y sus cosquillas le cuenten la historia; una historia que nunca había escuchado y que nunca había imaginado que escucharía; una historia que le resulta íntimamente familiar a pesar de que nunca había pensado que pudiera salir de unos labios y llegar saltando hasta sus orejas y que ahora está saliendo de los labios de una mujer que está inundando la sala con peces y palabras, una mujer que se llama Lupe, pero a la que todos llaman Lú.

Entonces siente un calor y un brillo en sus párpados, como un relámpago furtivo, como una navaja sibilante que rasga sus pupilas con una luz extraña que por un momento hace desaparecer la oscuridad que siempre ha rodeado sus ojos y sus juegos y su mundo. Y la niña que todavía es una niña llena de vida recién empezada, abre con fuerza los ojos aterrada por la emoción, a punto de chillar, y cuando abre los ojos no encuentra la oscuridad de su mundo sino luces y colores brillantes, y cuando sus ojos se acostumbran ve el rostro de una mujer bellísima que es como todas las madres que ha imaginado y que ha acariciado con las yemas de sus dedos; una mujer que sonríe y mueve los labios como una niña llena de sueños por construir y que llena la sala de palabras y de colores que saltan como peces; y de repente ve los muebles que empiezan a desplazarse engullidos por la fuerza de la marea, y Lú y ella empiezan a flotar encima de sus sillas como barquitas improvisadas o como gaviotas satisfechas después de un vuelo largo y duro, y van dando vueltas y más vueltas, viendo pasar jarrones, papeles mojados, mesas, libros y juguetes desparramados entre las olas; y de repente la niña ve unas sombras fantásticas y terribles que nadan en la profundidad del océano, y sabe que son todos los seres fantásticos y terribles con los que siempre ha soñado y ha dibujado en el aire con la yema de sus dedos; y de repente con un crujido fuerte y violento las ventanas y las puertas ceden a la fuerza del mar y los muebles y los juguetes y las sillas y los libros y Lú y la niña encima de sus barcas improvisadas salen flotando y corren veloces entre las corrientes de aguas de colores; y las niñas se pierden en el horizonte, dejando atrás la sala y la rayuela del patio que nunca han visto y la oscuridad y el pasado manchado de desengaño, haciéndose cada vez más y más pequeñas, como si volvieran al primero de los instantes de sus vidas, mucho antes de nacer.