... cuando trasnocho los ojos se me vuelven dos ranuras de alcancía
por los que entran no las tristemente esperanzadas monedas del ahorro quimérico
sino las monedas de fuego de un incendio futuro en donde ya nada tiene sentido.

Amuleto, Roberto Bolaño





jueves, 10 de noviembre de 2011

Juan Gelman o la reinvención de la palabra


El volumen De palabra III reúne la obra del poeta argentino Juan Gelman a lo largo de un período determinante, período que comprende casi dos décadas y que actúa como punto de inflexión tanto a nivel vital como poético.

Juan Gelman estuvo muy vinculado a su contexto histórico. En sus inicios, su poesía se define por un marcado compromiso político. Su afiliación comunista y la activa participación en grupos literarios politizados como, por ejemplo, “El pan duro”; su actividad periodística y su militancia en las guerrillas argentinas de los setenta; todo ello configura una identidad comprometida con su tiempo; una identidad que se quiere colectiva, participativa con la Historia. En Relaciones, el primer poemario del libro, vemos este carácter optimista y beligerante, junto a una poética rupturista pero popular, generosa. Pero esta perspectiva cambiará con su experiencia del exilio y, sobretodo, con el secuestro y la desaparición de su hijo el 1976, cuyo cuerpo no será encontrado hasta 1998.

Estos hechos marcarán un hito en su poesía, y desencadenaran un giro radical: la experiencia política de Gelman posterior al Golpe del 1976 será el exilio, esto es, la lejanía y la impotencia; la inexistencia, la palabra desde el otro lugar, desde fuera. Habrá un paulatino proceso de individuación de su poesía, que se caracterizará por la búsqueda de un lenguaje subjetivo, íntimo, que sea capaz de albergar la experiencia individual de extirpación, de soledad, de desamparo y de absurdidad.

A pesar de ello, la vinculación con la experiencia colectiva permanecerá en su poesía en forma de voluntad de dar voz a los muertos y a los silenciados; de ser testimonio y memoria “contra los perros del olvido”, (Notas, Nota XXV, p.139). El poemario Notas, escrito ya en el exilio, quiere reivindicar la individualidad de sus compañeros muertos, sublimar esta colectividad que no tiene sentido sin saberse suma de individuos, porque “cada compañero tenía un pedazo de sol” (Notas, Nota XIII, p.127).

En Carta abierta, poemario escrito en 1980, dedicado y dirigido a su hijo (al que aún no da por muerto hasta no encontrar su cadáver, como anota en el epílogo), Juan Gelman desarrolla una retórica y una gramática del dolor: abandona definitivamente las mayúsculas, mostrando el sin sentido de un lenguaje humillado que ha perdido su poder para dotar de dignidad a lo que nombra; la poesía se puebla de interrogaciones, articulando un discurso fragmentario y cíclico sobre el absurdo y la imposibilidad de dar respuestas. El poemario se convierte en un largo lamento, se congela el tiempo de espera, el “mientras” eternizado por la angustia y el dolor, en que un padre lucha para “deshijarse”, para asumir una pérdida demasiado terrible: “hilo grueso/delgado/atando el alma // a este desesperarte o esperarte/ // nave que se detiene en pleno mar // como puerto donde cargar su nunca” (Carta abierta, XXIII, p.170). Una experiencia profundamente subjetiva e íntima se vierte en una poesía que expresa la necesidad colectiva de todo un país para dar nombre y justicia a sus desaparecidos: Juan Gelmán padre da voz a todos los padres, a todos los familiares y amigos de los que fueron, asesinados por la dictadura. Estos mismos procedimientos estilísticos los encontramos también en Carta a mi madre, el extenso poema que concluye el libro.

Como hemos visto, la poética de Juan Gelman parte de experiencias vitales extremadamente traumáticas: el exilio, la desaparición y el asesinato del hijo, la muerte de la madre en la distancia; experiencias que no pueden traducirse en un lenguaje convencional. Su poesía exige violentar la palabra, extorsionarla, enajenarla para individualizarla; fragmentarla y tensarla hasta sus límites expresivos. Juan Gelman inventa neologismos, rompe las normas gramaticales y altera la sintaxis, impone una nueva tipografía (el uso de barras oblicuas), fragmenta el propio discurso para expresar un sujeto escindido; su poesía, a través de la forma, resignifica el contenido, abriendo una semántica capaz de expresar lo inexpresable, proponiendo una nueva experiencia de escritura y de lectura. La conciencia de hablar la lengua de sus asesinos imposibilita el uso de esta misma lengua, y requiere forzarla hasta desgajarla, dislocarla; para renacerla y reconciliarse con el espacio inexpugnable de su propia voz.